sábado, 28 de marzo de 2009

Presentación en Lleida

¡Hola a todos!

Como ya sabéis, anteayer empezamos a cumplir con el calendario de presentaciones de nuestro libro. Nos tocaba estrenarnos en la maravillosa ciudad de Lleida.
José Luis y yo ya presagiábamos el éxito cuando en nuestro vuelo Alicante-Barcelona nos infomaron de que pilotaba el aparato el comandante Víctor Hugo. Esto debía de ser forzosamente una señal.


Queremos destacar y agradecer la cooperación y entusiasmo por parte del público leridano, que nos dio una cálida acogida y que nos hizo sentir muy satisfechos con sus elogios y comentarios. El señor Juan (quien compró el primer ejemplar de nuestro libro y, después de haber estado ojeándolo antes y durante la presentación preguntó si pensábamos hacer una segunda parte), Fanny (una señora en primera fila que se levantó al final del acto y preguntó si podía llevarse el libro en ese mismo momento firmado por todos), Josep y Montse (una encantadora pareja de hermanos a la que espontáneamente Joan les tomó prestado el ejemplar que habían comprado para leer al público un fragmento de su "Lucy y el viejo"), Rosa Solé (quien comentó que estaba encantada de ver un proyecto tan bonito llevado a cabo por un grupo de amigos de edad tan variada)... Guardaremos un grato recuerdo de todos. Gracias por querer compartir ese rato con nosotros.




Y en un futuro (espero que muy lejano) no descansaré en paz en mi tumba si no agradezco de nuevo (aunque me tilden de cansina irremediable) a Paz y Joaquín su hospitalidad y compañía, pero sobre todo por su franca amistad.
Un beso, amigos.

domingo, 22 de marzo de 2009

La mujer del almacén (fragmento)

-¡Elena, date prisa, bébete la leche! !Cada vez más despacio...!
Mi hija actúa a sabiendas, disfruta haciéndome rabiar. He de dejarla en casa de mi madre, que vive en el otro extremo de la ciudad, junto a la carretera de la costa. Por suerte, ella se cuida de todo: de llevarla y recogerla del colegio, de la comida, de los deberes... A última hora de la tarde paso a buscarla. Cuando llego al piso, ni me apetece cenar. Sólo deseo hundirme en la cama y dormir. Pero a veces no es fácil y me suelto a llorar. Antes nunca me derrumbaba así. Cuando finalmente concilio el sueño, me asaltan mil y una pesadillas. Esto no es vida; esto no es nada.
-¡Acaba con la leche! ¡Ya!
Estoy empleada en una superficie comercial. Lo que hago actualmente no me gusta. Antes sí. Era de cara al público. Y me tenían bien considerada, por cierto. Cuando me bajaron al almacén, lo tomé como un castigo. En realidad lo era.
¿Dónde demonios habré dejado la bata? Ya sé. Debería plancharla. ¡Este pelo...! Pronto ya no se sabrá ni de qué color es. Necesitaría teñirlo de nuevo. Pero tendría que ir a la peluquería y me da pereza. ¿Cuánto hace que no me maquillo? ¿Para qué? Sólo tengo treinta y tres años, pero paso de los hombres. Últimamente me da lo mismo si me consideran fea o guapa. Antes mi piel era suave, pero ahora es áspera. Pronto parecerá papel de lija.

Isidoro Filella
De la vida y otros viajes, "La mujer del almacén" (fragmento)

miércoles, 18 de marzo de 2009

El salvoconducto circular (fragmento)

Debe de haber, según creo, muchas puertas que conducen a esta tierra, pero en nuestros archivos sólo hay censadas cuatro: un hueco angosto, junto a la pared llena de pintadas de un solar a las afueras de un suburbio de Varsovia; un aliviadero de aguas fecales bajo un puente de Teherán; el soportal en ruinas de una de las primeras iglesias cristianas, sepultada por un terremoto en el siglo sexto. La cuarta, la puerta a la que yo llegué una mañana de invierno, ni siquiera podía llamarse como tal. En realidad era sólo un marco desnudo, negro y pulido, levantado en mitad de un valle pedregoso, pero al traspasar su umbral la realidad que me había rodeado cambió por completo. El cielo mudó de color y la tierra montañosa por la que había caminado durante varios días cedió su paso a un páramo vasto y plano. El aire olía a humo. El viento tironeaba de mi ropa y levantaba nubes de polvo que me arañaban la piel.
La verja, un enrejado de hierro ahogado por el óxido y los nudos de enredaderas, no quedaba lejos. Su extensión me resultó imponente, aunque he de reconocer que en mi imaginación la había concebido mayor. Con todo hube de caminar durante horas hasta descubrir el portalón que me permitió cruzar al otro lado. Un hombre me esperaba en el umbral. Le faltaba media cara y por la espantosa herida asomaban tiras de músculos sanguinolentos.

–¿A qué has venido? –me dijo, aferrándome del brazo, con la voz de un cuervo que hubiera aprendido a hablar. Le mostré el Distintivo. Me soltó dando un respingo.
–Pasa. Te esperábamos desde hace meses –añadió. Según mis cuentas no podía haber transcurrido más de una semana desde mi partida, y así, puerilmente, se lo hice ver al sujeto. El individuo estalló en carcajadas que sólo un virulento acceso de tos interrumpió. Escupió en el suelo una flema que se estampó en el polvo como un sello de lacre. “Pasa te digo –repitió–. ¡Y aléjate rápido! En este lugar nuestra naturaleza tiende a imponerse sobre cualquier otra consideración”.

José Luis Muñoz Boix
De la vida y otros viajes, "El salvoconducto circular" (fragmento)

lunes, 16 de marzo de 2009

Álbum de sueños

Aunque el cielo amenaza lluvia, Ramón sigue contando las olas del mar. Le hubiera gustado ser marinero, como su padre; y más aún, un pirata, cuando a lo lejos ve pasar un barco y lo persigue a cañonazos desde su silla de ruedas hasta que desaparece en el horizonte. Entonces, exhausto por la batalla, vuelve a contar las olas del mar. Comienza a llover, y aunque un pececillo salta entre las olas, no tiene tiempo de cerrar los ojos y dejar que sus inmóviles piernas aleteen tras él. Hoy estará triste, y verá más televisión; pero se ha propuesto, mañana, bucear hasta el Mar Pacífico sin salir a respirar ni una sola vez.

Rosa Pedroche
De la vida y otros viajes, "Álbum de sueños"

sábado, 14 de marzo de 2009

Julián (fragmento)

En esta ocasión viajo en autocar hacia Toledo para solucionar cuestiones administrativas. En los asientos traseros hay varias personas cargando de humo el reducido espacio. Intento distraerme con el paisaje y acabo abriendo mi diario. Me gusta incluirlo en los viajes porque me ayuda a reflexionar y recordar el pasado sobre un asiento con dirección al futuro. Y en la mayoría de estas reflexiones aparece mi padre, aparece Julián.

Suspiro con el recuerdo y siento de nuevo el humo espeso procedente de los asientos de atrás. Yo, desde luego, no fumo, porque fumar hoy en día no es fumar, es consumir. Sí, consumir un cigarrillo tras otro como si se nos fuera la vida en ello, como si no hubiera tiempo suficiente para terminar algo -no se sabe qué-. En la actualidad soy profesora, y en el descanso del instituto los compañeros parecen competir quemando cigarrillos. Menudo estrés.

Antiguamente, fumar era un arte, una terapia, un abrazo fraterno. Recuerdo a mi padre, hombre fuerte curado por el sol y el viento; tenía la piel dorada como el trigo maduro que él sabía mimar y cosechar. No le gustaban los paquetes y sus gruesos cigarrillos poco compactos. Deshacía el contenido y lo depositaba con paciencia en su vieja petaca de piel dura. La llevaba siempre en el bolsillo de la chaqueta, y cuando encontraba a algún conocido le ofrecía tabaco. Con él prendía la conversación y fluía tranquila como el humo lento, espeso y cálido en un atardecer turbio que envuelve las voces roncas, los semblantes duros y distrae las disputas, las aturde hasta disolverlas en el olvido del presente. ¡El presente! Ese tiempo que no vivimos proyectando el futuro.

María Luisa, S. Vinader
De la vida y otros viajes, "Julián" (fragmento)

jueves, 12 de marzo de 2009

Lucy y el viejo

La niña cogió confiadamente su mano sin soltar una lágrima. Sus ojos redondos de un verde tierno mirando los suyos. Tendría tres años a lo sumo. La sacó de su sillita en la trasera del coche.

El coche, un viejo Ford Taunus, yacía sobre un costado en el fondo del barranco, en el lecho del río, el morro destrozado. Un espeso matorral había amortiguado el impacto en la zona trasera. Los dos ocupantes delanteros, hombre y mujer, padre y madre, supuso, eran marionetas inertes, agua pasada. Provisionalmente los tapó con la manta que encontró en el maletero. La manita de la niña se perdía en la mano áspera del hombre, no acostumbrada a aquel tacto ni a aquellos menesteres. La niña dio unos inseguros pasitos a su lado. No decía nada; era de pocas palabras, como él. Pronto oscurecería, así que se pusieron en camino hacia lo alto, en la cabaña.

Fue la columna de humo la que lo alertó de que algo raro estaba pasando. Duró poco. No era humo, sino el vapor de agua que levantó sobre el río el motor del coche. Duró poco. Por eso nadie lo vio pese a que tardó sus buenas tres horas en llegar. El lugar era abrupto, con una pista en mal estado, poco transitada. Creerían que aquello era una "aventura" digna de una vacaciones. Lo fue, pero no acabó bien.

-¿Cómo te llamas?

-Lucy -la pequeña hablaba con toda claridad.

-Llámame viejo; todos me llaman viejo por aquí.

El último trecho tuvo que cogerla en brazos. Lucy estaba muy cansada. Llevaría horas sin comer. Más de cerca se fijó detenidamente en el verde de sus ojos. Decididamente no era como ninguno de los muchos que había visto, aunque los ojos verdes no abundaban. Recordaba los de una sureña, embriagadores, de un verde jaspeado cual manchas de guepardo. Y era salvaje y rápida haciendo el amor. Acaso demasiado rápida. Lucy tenía un verde tierno y confiado. Acaso por la edad. Se le hizo un nudo en la garganta. Hacía mucho tiempo que no se le hacía un nudo en la garganta.
Joan S. Alós
De la vida y otros viajes: "Lucy y el viejo" (fragmento)

lunes, 9 de marzo de 2009

El observador (fragmento)

Intentó leer al principio con atención, pero sus ojos se escapaban una y otra vez hacia la rubia de delante, sus labios pintados, la curva de su cuello, sus hombros desnudos. Ahora ella miraba con ojos soñadores por la ventana, a veces sonreía un poco. “Quién pudiera ocupar sus pensamientos”, pensó Marcelo. La mujer se sentaba con la espalda recta como una reina, una pierna cruzada sobre la otra y las manos apoyadas sobre la rodilla. Parecía nerviosa, la punta del pie no paraba quieta. Recordó que Lucía, su compañera de trabajo, tenía unos zapatos muy semejantes. Sin embargo, las dos mujeres no se parecían en nada.
Marcelo, envuelto por el ruido metálico y monótono del paso del tren sobre los raíles, y por alguna que otra conversación ajena, miró también por la ventana. Acababan de dejar atrás el polígono industrial de la ciudad y sólo se veían campos de frutales en flor, huertos, alguna pequeña masía. La primavera se presentaba esplendorosa.
Intentó leer por enésima vez el mismo párrafo, pero no podía dejar de mirar disimuladamente a la mujer rubia. Hacía tiempo que no encontraba a una mujer tan femenina. Ahora se aprestaba a retocarse los labios, con una coquetería que sólo había visto en las películas. Con una de sus delicadas manos de largas uñas pintadas de color fucsia, sujetaba un pequeño espejo y con la otra, iniciaba un lento movimiento, la barra de labios rozando esa boca carnosa, suave y brillante. Se quedó mirando como atontado. Jadeaba levemente con la boca entreabierta. Se había excitado.


De la vida y otros viajes, "El observador" (fragmento).
Assumpta Solsona Cabiscol

sábado, 7 de marzo de 2009

Un poquito de "El carnaval"

Dejé la máscara sobre la cómoda. Mi pijama seguía sobre la cama. Lo sustituí por el traje tras la ducha y me metí en la cama. Apagué inútilmente la luz de la mesilla de noche para dedicarme a dar vueltas bajo las sábanas. El cansancio no lograba vencerme. Estaba a punto de volver a levantarme cuando escuché la llave en la cerradura. Me quedé quieto en mi lado de la cama, en silencio. La puerta de la calle se abrió y se cerró. Los pasos se entretuvieron un momento en el vestíbulo -las llaves al cenicero, el abrigo en el colgador- y se acercaron por el pasillo hasta la puerta del dormitorio, que estaba entornada. Cerré lo ojos, fingiéndome dormido, y la puerta se abrió. Vaciló unos segundos antes de entrar; la noté pasearse por la habitación, por delante de mí, abriendo el vestidor... Yo fingía con esmero mi respiración. Finalmente entró en el baño y abrió el grifo de la ducha. Estuve despierto todo el tiempo; la oí enjabonarse y enjuagarse, lavarse los dientes, destapar sus tarros de crema de noche y lociones mágicas antiedad que no necesitaba. La oí también mientras todo estaba en silencio; la imaginé hidratando sus piernas, atusándose el pelo ante el espejo, quitándose las lentillas. Me sobresalté cuando abrió la puerta del baño. Se metió directamente en la cama, en su lado, dándome la espalda. Entonces abrí los ojos. Por debajo de las sábanas distinguí el camisón de seda color marfil. Por unos instantes temí que se diera la vuelta, o que me hablara, pero no lo hizo. Su larga melena rizada era lo único que llegaba a rozarme, suave y con reflejos dorados. No se había lavado el pelo. Todavía olía a violetas.

De la vida y otros viajes, "El carnaval" (fragmento)
Eva Torres

Un poquito de nuestro libro

Hola, amigos:
Después de haber sido presentados ya todos los escritores que hemos creado este libro, empezaremos a ofreceros fragmentos del mismo -como alguno de vosotros ya habéis pedido-como avance antes de que éste salga al mercado.
Esperamos que disfrutéis de la lectura, que os resulte sugerente, que os conmueva... sea lo que sea, que no os deje indiferentes.

jueves, 5 de marzo de 2009

Un poquito de Joan

Nacido en Barcelona el 14 de octubre de 1945, hijo de Juan Alós, afamado violinista; sobrino de Angelina Alós, reconocida ceramista, y nieto de Gonçal Batlle, rapsoda y poeta.

Escribe desde los 11 años. Su obra escrita toca por igual el campo de la narrativa y el de la poesía, con alguna incursión en el teatro. Recientemente ha sido alumno durante 5 años de Fuentetaja literaria en narrativa corta e introducción a la novela.

Su vida profesional, dedicada a la investigación de mercados, le ha llevado a escribir y presentar en público infinidad de informes en los que ha tenido que conjugar la claridad de la expresión con la emoción de la convicción.

Actualmente combina la práctica constante de la escritura con la de la actuación -rapsoda, teatro, cine, televisión-, y la formación.