
La verja, un enrejado de hierro ahogado por el óxido y los nudos de enredaderas, no quedaba lejos. Su extensión me resultó imponente, aunque he de reconocer que en mi imaginación la había concebido mayor. Con todo hube de caminar durante horas hasta descubrir el portalón que me permitió cruzar al otro lado. Un hombre me esperaba en el umbral. Le faltaba media cara y por la espantosa herida asomaban tiras de músculos sanguinolentos.
–¿A qué has venido? –me dijo, aferrándome del brazo, con la voz de un cuervo que hubiera aprendido a hablar. Le mostré el Distintivo. Me soltó dando un respingo.
–Pasa. Te esperábamos desde hace meses –añadió. Según mis cuentas no podía haber transcurrido más de una semana desde mi partida, y así, puerilmente, se lo hice ver al sujeto. El individuo estalló en carcajadas que sólo un virulento acceso de tos interrumpió. Escupió en el suelo una flema que se estampó en el polvo como un sello de lacre. “Pasa te digo –repitió–. ¡Y aléjate rápido! En este lugar nuestra naturaleza tiende a imponerse sobre cualquier otra consideración”.
José Luis Muñoz Boix
De la vida y otros viajes, "El salvoconducto circular" (fragmento)
pasaba a saludarte..
ResponderEliminarun abrazo!
Jolín, qué intriga. Ese distintivo es señal de una misión que debe llevar a cabo muy importante. La descripción del paisaje me entusiasmó. Francamente me has dejado mareando a la perdiz, pues no puedo ni imaginar lo que está por pasar.
ResponderEliminarVenga prontito otro retazo... Estoy impaciente.
Me encantó la frase de la flema que se pega al suelo cual sello de lacre. Genial
Muy bueno, tío. Estoy deseando leer el cuento completo. A.l.Massotti
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